viernes, 30 de abril de 2010

ESE ARMARIO QUE LLAMAMOS ESCUELA

HISTORIA DE UN ARMARIO
por Fabricio Caivano y Francesco Tonucci


Descubrieron los sabios un buen día a los niños, unos seres imprevisibles que acampaban a las afueras de la Historia. Tras considerar con detalle la cuestión decidieron propiciarles un escarmiento: inventaron un armario llamado escuela. Diseñaron el pupitre, la pizarra y un domador de murmullos con una larga vara de avellano.

Pasaron felizmente los siglos y el invento vino a ser criticado por otros sabios muy modernos. Es cosa aburrida, autoritaria y alejada de la vida, dictaminaron. Y pasaron del negro al blanco en buena lógica binaria.

Cambiaron el decorado. Ardieron en hoguera festiva los viejos pupitres con nombres de amores esculpidos en furtiva madera. Luz y bolígrafo, nuevas sillitas y mesas de plástico relucientes; abajo las tiránicas tarimas. Troquelaron al nuevo servidor del invento, el maestro amigo, funcionario permisivo que pasea por el aula con sonrisa afable. Los alumnos, sin embargo, continuaban bostezando ostensiblemente, aun en presencia del mismísimo inspector.

Cambiaron también los contenidos; tras un celebrado cónclave de curricólogos se editaron hermosos libros con fotos de Lenin y hasta de Lennon. Pero el sistema rechinaba, a pesar del hilo musical.

Dictaminaron otra vez los sabios: cambiar los métodos. Se produjeron en serie metodologías activas, creativas, divertidas y persuasivas... La escuela era una agitada fiesta, pero el bostezo amenazaba en mudar en aullido, lamento o dentellada.

¿Qué hacer con el armario? ¿Qué queda entonces por cambiar, si todo lo secundario ya ha sido transformado?

Detenerse a considerar con algún detalle precisamente lo esencial.

Pero, ¿recuerda alguien qué demonios es lo esencial en todo este maldito embrollo?

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